
Soledad
Y se llenó el bosque de pájaros,
las cúpulas, de pájaros.
Pasaron sobre mí antorchas, siglos
de pájaros.
Cantaban su canción polifónica.
Solo uno acompañaba mi tarde
en el tejado.
Su canto era el mío y era solo.
Dejó que se marcharan,
como piedras.
Volvió a cantar después.
Solo su canto solo.
Más allá de la niebla.
De la escritura
Cuando mis ojos perfilan el roce
del ala en el aire,
descifran el fuego.
Cuando mi oído alcanza
la tensión del átomo en la vida.
Cuando mi piel inspira
la temperatura que fuera
de mí -en sinergia-
circunda y se inflama,
soy el lobo al acecho de toda verdad.
Fiera de fauces y garras.
Encrepada. Devoro.
Después, el cazador de la noche
abrirá mi vientre y me hundiré,
de nuevo,
en la rutina del pozo
cargado de piedras.
De Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro
Canto y latido
Así, en el temblor del aire,
en el tejido fabuloso de la tarde,
en el hilado profundo.
Canto y latido en las ondas
vibra mi vida.

Ser noche que dispara
o ser dardo que acude.
Y ser en la noche
y en el dardo
el incienso que queda.


HAY ALGO EN EL AMOR Hay algo en el amor que pertenece a este mundo GONZÁLEZ IGLESIAS, J.A. Hay algo en el amor que no nos pertenece. Que es fuga. Algo como esta luz diaria que no es nuestra tampoco. Como el calor que deja el cuerpo en las estancias, entre las sábanas. Que se evapora y resiste de algún modo. Respiro. Cuerpo de átomos el aire me acontece y es la dicha. El solo aire, tu dicha en mi respiración. A cambio sé que venceremos. La fuga de tu aliento sobre el mundo se curva entre las flores, amenaza a la muerte, sortea precipicios y ya solo el viento puede ser lecho de especias, resistencia fecunda de la vida. De Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro ¿CÓMO NO AMAR? —azar o rosas— la carne que te ronda, los astros que circundan, aire que, cuerpo o nube, —piedra o cristal— nutre y se inflama y disuelve dióxido, molécula, arroyos de ternura tus labios en mis dedos de agua tu piel entre mi piel de espuma.
Perfección de lo pequeño
Si el verde se cuece
en esta casa,
en la terraza que abierta
florece en su milagro cuadrado,
es por el don de lo pequeño.
Por el rincón que aguarda la lectura
y su cita con la noche,
la baldosa sustraída
al azar del juego,
la pequeña canasta escondida
bajo la enredadera,
o los besos del sofá,
mis favoritos.

Tatuaje en el Marais
Perfilo con mis dedos
el horizonte de tus hombros:
hacia allí vuela mi boca.
Mis yemas van bajando
en su tranquila labor
por la blancura del brazo:
aquí encuentro mi islote.
Mi decidida mano
arrastra por tu piel
el mar, el fuego, vientos
que empujen las velas…
Aquella noche
dibujé en tu cuerpo
tus mejores años
y los míos.

Sonia de Klamery
Como una Eva
en el jardín lejano,
hechizado el Edén
hechizado el edén
tras de su cuerpo
de ave.
Nostalgia el pavo real
del plumaje en su cintura,
de la seda de sus medias,
de la luna entre su escote.
Detrás el paraíso
en una bruma de limones,
con el celo del mar lapislázuli
ensoñado,
con los pinos vencidos
al rumor de la marea.
Entregada a su cuerpo
de Venus ondulante
la enamorada rama
del pino
se hizo noche.
La marina enredadera
-estola serpenteante-
soñó caer olvidada
sobre el esmalte
en el hombro
y su mirada turbadora
indagando por dentro
-orquídea, carmín y roca-
el ojo espectador
de la belleza primera.

Antonio Colinas y Mónica Velasco nos proponen con este «poemario acompañado» una nueva forma de visitar la obra de Anglada-Camarasa, en una sugerente lectura-contemplación que permite explorar sendas entre los versos y las pinturas, un hermoso viaje entre la imagen y la palabra. Silvia PIZARRO ANGLADA

La lágrima del corzo
¿Qué nos importa, ya,
si oscurece la tarde?
¿Qué importa si el viento
nos trae a las pupilas
olor a incienso, a tierras altas?
¡Amémonos como lo quiere la vida!
¿No sientes el pulso suave
salirse entre los miembros?
¿No rompes en delirio
en esta estancia sin prisa,
en este abismo de flores?
¡Amémonos como lo pide el mundo!
Escucha al mar
cantar al fondo de sí mismo
esa canción profunda.
Hilar la tela
que sostiene al ruido.
Todo late esta tarde por nosotros
esperando el azar
de tu mirada, fortuita,
abriendo mi vestido.
La lágrima del corzo
Amanecer
En el azul abisal del horizonte.
Cuando tus ojos no alcanzan
la delgada línea
que hasta el cielo rompe.
Donde el azul del mar termina
en alianza de círculo
y comienza.
Allí te espero con mis naves,
con los naufragios todos
de mi mente.
En el azul
que al precipicio se abre
entre las ingles,
en las rieras de noche de tus cejas,
o comisuras de labios
que tristemente dicen…
Aguardo con mis redes
de sirena
a que surjas, con tu luz azul
de la tiniebla,
del transparente oleaje o
de la lluvia, surjas
ávido pez, sobre la bruma larga
sobre el picado mar
y me sorprendas.

Tórtola Valencia
¿Se deshará acaso
-hechizo en el dibujo-
mi ilusión tras
de la lluvia roja?
¿Acaso tu boca besará
abierta, tu frente,
tus extremos diluidos
bajo estrellas silvestres?
Oriente el oro
en tu cintura
precipita esta danza
en que me olvido.
Cierras los ojos
y adivino
tu movimiento alegre.
Vela extensa
entre la hoja desnuda.

Portada de TRAZOS, con Tórtola Valencia. Anglada Camarasa
Escribir en tiempos de pandemia es parecido al ejercicio de amar. Amar en tiempos de pandemia. Al amador le resulta del todo circunstancial el contexto. Las circunstancias se convierten en cúmulos de niebla que se van deshaciendo a medida que avanzan los pasos. No hay frontera infranqueable ni miedo capaz.
Diría María Zambrano, tan lúcida, “escribir es defender la soledad en que se está”, si bien, en este tiempo, escribir es una apuesta por la comunicación. Siempre ha sido la búsqueda de la voz interior; ahora se convierte en la búsqueda de la voz que una y comunique. En la búsqueda de una alianza entre tribus, en señales de humo que se levanten y adviertan a kilómetros de distancia la feroz unión que nos salve a todos. Del precipicio, la soledad herida, la incomunicación que es mutilación del ser más humano que nos pertenece.
Cuando estamos privados de abrazos solo nos queda levantar la fe por el aire, la palabra por el aire, nuestros dedos en el aire, para alcanzar la luz. Para traerla a casa. No habrá postigo que no se rinda a tanto amor. Ni muro que no caiga frente a tanta delicadeza.
Y como carne de hoja
"Virgen de bronce te quiero
mejor que venus de nieve"
Gabriel y Galán.
La espigadora
Virgen, como la selva virgen no mellada,
trigales verdes sin huella.
Virgen, doncella de la diosa.
Candor, el pie descalzo,
trae en sus manos la lumbre,
dobla la esquina en silencio.
Solo el pliegue blanco de la túnica
alcanza suavemente el tobillo.
El muslo largo y jubiloso es luz
y sombra en el pasillo, camina
en devoción serena y alumbrada
al templo en que el amor allí consuela.
Su joven corazón enardecido sueña
una brisa más allá de la piedra,
la flor que vuele en sus cabellos,
cristal de lluvia unte su boca
el rubor en la mejilla, que se toca,
el beso sobre el cuello que le prenda.
Y tal vez sueñe el jilguero blanco
rondando el pecho, beber el agua de su sal templada
¡virgen de bronce, venus de nieve,
sol de amapolas por los siglos!
Aún la lumbre.
Mugen las bestias de amor en el establo.
Virgen de bosque tu cuerpo, selva precisa.
Virgen de bronce, sudor de amapolas,
frente, labio, espiga.
Una luz de rayo urgente
apaciguó el ganado.
Peñascos y zarzales de la lumbre a mediodía.
Rosas los vértices de amor.
Mimosas en los senderos.
Falda y perfume de almendras,
leche cocida en los cuencos...
Virgen de bronce, sudor de amapolas.
(Poema homenaje a Gabriel y Galán, para el XXIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos)

Más allá
Desvelar el secreto de los símbolos.
Desnudarse. Quedar a la intemperie de lo vivo,
como animal de aire.
Sentir el hueso, la materia.
Sentir que tú traspasas
su fina capa y trasciendes.
Que, por tus plantas, la vida subterránea
es energía de astro.
Humus. Kilómetros de espesa raíz.
De piedra mineral.
Que, por tu vientre, la fuerza
es núcleo, celebración.
Que, por tu pecho, las flores
y en las manos, su palma,
una luz como de ramas se hila con las copas.
Todo es un bosque a la escucha.
En la danza.
Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro.
Su vuelo levanta tu frente
más allá de las cumbres.
Más allá de la nieve.
Del rumor inaudible. Más allá.

Su vuelo levanta tu frente
más allá de las cumbres.
Más allá de la nieve.
Del rumor inaudible.
Más allá.
Si en la frente la aurora Qué fácil el amor, esa alianza, si en la frente, la aurora… Amor, qué fácil, cuando el centro es todo manantial. -Todo lo llenas- Promesa son tus ojos sostenida, tus manos, la calma cuidadosa del que entrega una bondad ardiente como fuego primero.
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